La inflación no puede ser ignorada

La inflación es una mala noticia que no puede dejarnos indiferentes. Aumenta el gasto a todos los niveles de la economía afectando hasta el último de los individuos del país en un acto tan simple como ir a comprar el pan.

La inflación afecta a las empresas en sus costes y márgenes, aumenta el precio del dinero, desinfla beneficios, obliga a cambiar modelos de negocio y aumenta el gasto del Estado cuando tiene que hacer frente a obligaciones tan extendidas y grandes como las pensiones, por poner un simple ejemplo.

La inflación es como la fiebre que nos pone en alerta porque es una mala señal, una respuesta exagerada del cuerpo ante una amenaza. Ante ella hay que tomar medidas tempranas que nos dejen preparados para aguantar su impacto.

Bajar la inflación en términos generales forma parte de las medidas que corresponden al Estado y a los organismos internacionales que se ocupan del dinero. Son medidas que escapan de nuestro control y ante las que no tenemos otro remedio más que actuar como respuesta a las decisiones que se toman.

Debemos contar con una recesión producto de esta inflación. Por definición se trata de una disminución de la actividad comercial e industrial, y sus consecuencias en los resultados de las empresas en los salarios y en el empleo.

La mezcla de la caída del empleo y los salarios, una fuerte bajada en la productividad de las empresas y la inflación tiene un nombre: estanflación. Ante esta situación el primer llamado es a evitar la parálisis por pánico y sí ocuparse.


 

Actuar en las trincheras

Actuar en nuestras particulares trincheras es lo que está en nuestras manos. Proteger nuestros recursos y nuestra presencia en el mercado es lo que podemos hacer.

Para las empresas, la inflación es un cambio sustancial en las condiciones del mercado y nos afecta a todos los que actuamos en él: consumidores, profesionales, empresas.

Una primera reacción lógica e inevitable es moderar el gasto, es una primera reacción al temor que produce la incertidumbre por el futuro. Esto lo podemos conseguir a través de ajustes en los costes.

Pero otra buena reacción que produce la planificación y la anticipación puede ser una administración más eficiente de las compras. Tiene aún más valor comprar de forma inteligente y por adelantado.

Adquirir los insumos, que sabemos que de forma segura vamos a vender, es una manera de responder y de amortiguar el efecto que la subida de los costes puede producir en el futuro cercano. Y añade ventaja a nuestra oferta.

Optimizar, hasta donde sea posible, nuestra deuda, es otra manera de adelantarse a futuras consecuencias en el más que posible cambio en los tipos de interés, es decir, en el costo del dinero.

Los cambios necesarios en nuestras microeconomías no se hacen al azar, deben responder a un estudio a través de un bien informado análisis económico y financiero que permita determinar dónde y en qué manera deben aplicarse los cambios sin poner en riesgo la viabilidad del negocio.

 

Atención a los cambios

A la necesidad de expansión y recarga de energías propias de un esperado verano (tras dos años de restricciones), no olvidemos que unos y otros van a apretar con intereses y fiscalidad. Junto a las atenciones que nos debemos como personas agotadas por el esfuerzo, hay que pensar en las necesidades que también nos van a exigir este y el próximo año.

Muchas empresas pueden no soportar las inclemencias que se avecinan, esto también requiere estar preparados. Pero la solución no es ni puede ser la parálisis. Más bien aportar valor a nuestros clientes y relacionados para afrontar la nueva situación, y hacer las cosas con absoluto sentido de la realidad y sus consecuencias aguas abajo.

Reajustar, reestructurar y reorganizar empresas en torno a los cambios necesarios es lo que parece más sensato.