Calidad en el empleo

Desde hace ya muchos años la Unión Europea y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) vienen hablando de un concepto que la crisis ha dejado en segundo plano: la calidad en el empleo.

Aunque desde el punto de vista más académico o científico no hay un consenso absoluto sobre lo que estas dos palabras implican, el sentido común hace referencia a variables obvias: remuneración digna, horarios razonables y conciliadores, igualdad salarial… Pero el sentido común, sobre todo durante los oscuros años de la crisis económica, ha estado un tanto ausente en el mercado laboral. Se trataba de tener trabajo, sea como fuere y en las condiciones que fuere. No había hueco para “exigencias”: con llevarse un sueldo a casa ya podíamos darnos por satisfechos.

Es cierto que actualmente la situación mejora y que podemos subir el listón de las peticiones.  Pero también es cierto que hoy se abren otras puertas para aumentar los beneficios para la empresa y la visión de los propios empresarios está evolucionando. Los elementos que hasta ahora podían considerarse casi lujos, ese paquete de iniciativas que llamamos RSE (Responsabilidad Social Empresarial) se convierte, poco a poco, en un elemento diferenciador que aporta valor a la compañía y, a la postre, a la cuenta de ganancias y resultados.

Hablar de calidad en el empleo implica necesariamente hablar de igualdad. Y no porque el asunto esté de moda, sino porque es sin duda uno de los talones de Aquiles de las empresas, grandes o pequeñas.

Son las mujeres las que mayoritariamente componen el ejército laboral del empleo a tiempo parcial. Ojalá esto fuese una opción laboral, es decir, una decisión libre de la mujer que no desea una jornada completa. No es así. La inmensa mayoría querría trabajar la jornada integra y percibir un salario completo, pero el mercado laboral tal y cómo está hoy ofrece esa posibilidad más a los hombres que a las mujeres.

El apoyo que desde la Administración autonómica se está desarrollando para promocionar la igualdad en las compañías gallegas es imprescindible para avanzar en el cambio de cultura del empresario, independientemente del tamaño de su proyecto.

La Ley de Igualdad obliga a las empresas de más de 250 trabajadores a contar con un Plan de Igualdad. Un documento que en muchos casos se lleva a cabo y luego se guarda en un cajón. No existe prácticamente vigilancia sobre su cumplimiento; peor aún, a veces la plantilla ni siquiera sabe que existe.

Pero la Ley no dice que la igualdad sea asunto sólo de grandes empresas. Más del 90% de nuestro tejido empresarial está compuesto por pequeñas y medianas compañías. El hecho de que no estén obligadas en ningún caso significa que estén exentas de aplicar medidas igualitarias.

Es necesario cambiar el enfoque. No se trata de actuar porque la ley lo obligue (que también, obviamente) sino por conciencia y porque una empresa con calidad en el empleo, una empresa que concilia, que favorece el acceso de las mujeres a los puestos de dirección, que no abusa de falsos contratos de media jornada, que respeta la jornada laboral, es una empresa que mejora su productividad y eficacia, es una empresa donde sus trabajadores se comprometen y eso, tarde o temprano, supone una compañía mejor valorada y más competitiva.