Todo por la industria, pero sin la industria

Europa necesita reindustrializarse. La pérdida continua de factorías y plantas industriales, no tanto de compañías, se ha debido fundamentalmente a dos razones: la deslocalización, y el abandono de la actividad productiva.

Las industrias más intensivas o aquellas en las que su núcleo central era la fabricación optaron por trasladar plantas a otros mercados menos exigentes y más competitivos, al menos en el corto plazo. Aquellas otras que mantenían sus posiciones de fuerza en su posicionamiento y conocimiento de los mercados, incluso se plantearon dejar de producir. ¿Para qué? Hay otros que lo hacen mejor. Pero no me refiero a otros proveedores, sino a países enteros, capaces de hacer un producto muy similar al que ofrecían estas compañías a unos costes significativamente más bajos. China, se convirtió en la fábrica del mundo.

Al pequeño electrodoméstico (inicialmente transistores, televisiones, vídeos...), la industria juguetera, el cuero o el textil, le siguieron todo tipo de electrodomésticos, bienes de equipo, la decoración, el mueble y todo el material consumible para el hogar, pero también para la industria. Prácticamente todo aquello que pudiera fabricarse aquí, también se podía fabricar allá. Ya no se fabrica electrónica de consumo en Europa, tampoco pilas ni bombillas. Ni siquiera artículos navideños, aunque considerando que no compartimos ni las raíces culturales que dan origen a nuestro calendario, podemos ver cómo hemos prescindido de fabricar, literalmente, hasta el último tornillo.

Las economías occidentales, Europa en particular, deja en manos de terceros la parte incómoda del mercado de consumo. Fabricando lejos, son muchos los problemas con los que no hay que lidiar, empezando por la gestión de recursos, un abanico enorme de derechos laborales y normativas en materia de prevención y seguridad que aquí no se permitirían, o todo lo relacionado con la protección medioambiental. El consumidor además, se ve favorecido. Los mercados siguen disponiendo de mayor variedad en prácticamente todos los sectores y a unos precios imbatibles. Precisamente estos precios bajos retroalimentan el consumismo, los productos son de menor calidad, con una menor durabilidad, pero mucho más asequibles. Una lámpara para una mesita de noche de los años 90, valía 1.800 pesetas, poco más de diez euros; treinta años después una similar vale la mitad. Un abrigo, unos zapatos, unas ruedas de repuesto para una carretilla, una bolsa de bridas o un taladro. Somos una economía de consumo, basada cada vez más en servicios, y con un desequilibrio cada vez más latente. La vanguardia tecnológica, la investigación, la innovación y el diseño, empiezan a parecer cada vez una barrera más estrecha. Los avances tecnológicos precisamente la estrechan día a día. La inteligencia artificial, la industria conectada el 4.0 y el cambio profundo en la sociedad actual, han puesto a Europa en alerta.

La solución parece fácil: reindustrializar Europa. Que para el 2020, pasado mañana, el 20% del PIB sea de la industrial. Industria conectada, 4.0, divulgación, formación, mucha sensibilización desde la administración, ayudas en la medida de lo posible, y a rehacer contabilidades y presupuestos de los Estados para creernos entre todos que ese es el camino y que lo estamos haciendo bien. Algo así como cuando queríamos que las cifras de I+D reflejasen que estábamos comprometidos con la innovación. Cómo afilar un lápiz se podía considerar I+d si se activaba adecuadamente el proyecto, se recogía conforme a la normativa contable y como no, participaba algún Centro de Investigación y dos o tres empresas más con las que compartir los éxitos y conocimientos de tan atrevido proyecto. Subvención, bonificación, exención... es un juego a corto plazo, y algunas compañías y consultoras son realmente expertas en esos terrenos. Otras hemos visto como han caído estrepitosamente, y aunque están sus expedientes en los juzgados, las inversiones y ayudas han desaparecido.

Europa se juega esta vez mucho más que cumplir con unos objetivos globales. El continuo politiqueo entre países y sectores, tiene a la Comisión permanentemente en liza. Si éste hace, aquel pide, si éste deja de hacer es a cambio de... si aquellos reciben, los otros quieren. Un verdadero sudoku. Cómo hacer crecer la industria así, es complicado. Efectivamente, ayudas a la inversión en alta tecnología parece uno de los caminos más claros. Infraestructuras, también, pero precisamente nos están ganando la partida algunos que no las tienen. Investigación, formación, conocimiento, sin duda. Pero también Industria. No se puede caer en una suerte de despotismo ilustrado, porque lo que muchos sectores e industrias necesitan, es de sobra conocido. Está todos los días en prensa. El caso de Alcoa es uno más: modificar el mecanismo que asignaba las condiciones de interrumpibilidad, esto era algo así como reducir el consumo eléctrico y la producción e ir a un mecanismo de subastas energéticas a mayor plazo, para poder planificar igualmente producción y ventas. De subastas a un año, se pedía pasar a un mecanismo de subastas a dos años, pero se optó por hacer lo contrario, y se llevó a seis meses. Cada seis meses el coste energético podía cambiar. No sólo fue Alcoa la afectada, Arcelor Mittal y AZSA se expresaron en la misma línea. En prensa están las noticias de las subastas de interrumpibilidad de 2015, que podían dejar a la planta al borde del cierre "La subasta decisiva para Alcoa" (La Opinión, 31/08/2015), y las de 2017, el cambio de mecanismo se hizo en sentido contrario, "El gobierno cambia la subasta de energía para peor" (La Voz de Asturias 04/10/2017). "El presidente de Alcoa alega en Coruña que los costes eléctricos limitan hacer inversiones. La plantilla estima que la planta estaría al 100% con una tarifa energética competitiva, ahora está al 67% con 380 empleados, y podría ocupar a 500." (La Opinión, 19/06/2018). Es sólo un ejemplo más de la misma idea: Todo por la industria, pero sin la industria.