Primavera, internacionalización inversa y economía colaborativa

En mayo hará 25 años de una experiencia intensa. Me encomendaron la realización de un estudio del sector distribución moda multimarca británico, para potenciar la labor de nuestra organización en las islas, identificando ciudad por ciudad a potenciales socios comerciales.

Recuerdo empezar en Aberdeen en medio de un clima infernal, donde recogí un coche alquilado que habría de acompañarme durante cuatro semanas hasta dejarlo en Londres y regresar de nuevo a casa. La ciudad conservaba su aspecto gris y desertizado, típico de la costa este escocesa, pero no tardé en saber que dentro de aquellos hogares existía bienestar y altos niveles de renta, la que aportaban los ingresos de las muchas familias que vivían de las extracciones de gas y petróleo del Mar del Norte.

Aquel primer día pensé en el contraste de mi trabajo con el de muchos de aquellos moradores. Mis yacimientos estaban fuera de casa, tenía que salir a buscarlos, con mis productos y mis argumentos, y por eso estaba allí. Los de ellos estaban ya en casa. Sólo tenían que cuidarlos y administrarlos para que otros aportasen a cambio los recursos que tan cómodamente les hacían vivir. Salí de allí gratamente sorprendido, dejando atrás aquellos prejuicios con los que había viajado al Norte, quizás influenciado por el cine social inglés de la época, que tan duramente  retrataba los consecuencias de las políticas thatcherianas. En ningún momento sentí que a aquellos simpáticos escoceses les hubiese caído nada en suerte por haber encontrado un tesoro delante de casa. Si había un afortunado, ese era yo, por poder atestiguar aquella manera de vivir.

Pasaron algunas jornadas en zigzagueante dirección sur, y busqué un lugar para descansar dos días de aquellas agendas llenas de millas y entrevistas, y lo hice en las tierras de Beattrix Potter y de Woodsworth. Dejé aquel Vauxhall rojo un viernes con el ánimo de no rescatarlo hasta el lunes y contraté un B&B en Windermere, capital del Distrito de los Lagos.

Siempre me gustaron los B&B. Me permitían interactuar con los locales, observando sus costumbres y degustando la comida más íntima del día casi en compañía. Creo que en ellos despertó la vocación de anfitrión que siempre he llevado dentro.

Muchos años después, el mundo globalizado y la llamada economía colaborativa han acabado por introducir en nuestro país estas fórmulas pese a la resistencia de administraciones, lobbys, gremios y otros dinosaurios. Justamente cuando escribo estas líneas se ha conocido la sensibilidad de nuestra Comisión de Defensa de la Competencia hacia el excesivo celo regulador de las Administraciones de estas actividades, sensibilidad que por otra parte está alineada con el derecho comunitario y totalmente desviada del espíritu de nuestros gobernantes y otros dominantes.

En mi mesilla de noche había un flyer que anunciaba excursiones en furgonetas de ocho plazas por aquellos paisajes increíbles. De nuevo una experiencia de convivencia.  Mi anfitrión me explicó que él mismo era el chófer, y me animó a sumarme a una excursión programada para el sábado y en la que sólo había ya una plaza libre. Me apunté sin dudarlo.

En aquel vehículo de Babel convivimos mejicanos, coreanos, franceses, canadienses, iraníes, españoles y locales.  Todavía hoy conservo el contacto con alguno de ellos. Con los años aquello me hizo pensar que hay experiencias de un día que construyen vínculos humanos que pueden perdurar una vida entera.

Dediqué mi vida a contar historias fuera de nuestras fronteras. Pude apreciar con el tiempo cómo se pasa de ser china en un zapato a puntal estratégico en una organización. Después leí sobre el concepto de internacionalización inversa y me tocó construir operaciones de travel retail negociando acuerdos con operadores o preparando concursos para implantaciones en aeropuertos, para que mis empleadores captasen en casa clientes del exterior.

Pero no fue hasta el ecuador de la segunda edad, tras valorar mi terreno, cuando recordé aquel fin de semana en Lake District. Hace algo menos de una década me asocié con un empresario dedicado a la explotación de alojamientos turísticos, en el que creí ver una réplica de mi casero de Windermere. Sin embargo, los lobbys y las administraciones permitieron pocos meses de vida a aquel proyecto. Dejé por el camino trabajo, no pocos recursos, cargas para aquello que llamaban INEM y hasta alguna ilusión. Con lo que quedaba de esta última, que no era poco, lo he vuelto a intentar recientemente. Esta vez, con nuevos planteamientos, y viejos recursos, obtuve la comprensión y una licencia de uno de los brazos de Administración, el que gestiona el turismo. Sin embargo, otro brazo, el que gestiona el transporte y amansa a los lobbys, parece no estar conforme con la iniciativa. Tienen un argumento avasallador y terrible, la potestad sancionadora de la Administración. En contra de sus convicciones avistan circunstancias a las que dan poco valor, como la normativa comunitaria, las reflexiones de los sabios de la CNMC, o las propias tesis liberales y no intervencionistas que sellan sus carnets políticos.

Con esa espada de Damocles encima, he sacado de la Agencia del Empleo a dos personas, invertido nuevos recursos, propios y ajenos, dinamizado en la medida de mis posibilidades el mercado de vehículos industriales y regalado hermosas experiencias a unos cuantos visitantes. Ayer, día luminoso, mi socio y chófer usó la expresión "Furgoneta de Babel" explicando que había pasado el día con gente de seis nacionalidades distintas.

Quiero contarles también, que durante el último semestre de 2015 viví y trabajé durante la semana en Madrid, y que opté por hacer uso de múltiples alojamientos de economía colaborativa. Me mudaba cada quince días, para hacer valer el derecho del anfitrión a la diversidad. Y escuché de muchos de ellos historias de agradecimiento, experiencias duras que relataban que estas nuevas formas de convivir en muchos casos han protegido bienes primarios y esenciales como la vivienda de las garras de los acreedores hipotecarios.

Pensé entonces en la contradicción que supone el hecho de ser objetivo y víctima de dos feroces enemigos tan poco sospechosos de tener algo en común, como bancos y ediles críticos con el sistema. Ni que decir tiene que a Madrid bajaba compartiendo coche. 

Como todos volvemos a nuestros orígenes, trabajo ahora con ilusión los nuevos tiempos, los de la internacionalización inversa y los de la economía colaborativa.

Podrán cortar todas las flores pero no podrán detener la primavera (Pablo Neruda) 

Fernando Trebolle, abogado y ejecutivo de Mercados Exteriores